martes, 25 de noviembre de 2008

IBAGUE ANTES DE LOS ESPAÑOLES


QUIENES HABITARON A IBAGÚE ANTES DE LA LLEGADA DE LOS ESPAÑOLES?



Antes del descubrimiento y colonización de los españoles en el departamento del Tolima habitaban múltiples culturas indígenas, la mayoría descendientes de los caribes entre las que se destacan - Gualíes, Tamanaes, Marquetones, Guarinoes, Herbes, Pantágoros o Pantagoros, Nimaimas, Ambalemas, Coyaimas,Natagaimas, Metaimas, Anaimas, Pijaos.


Pero los mas recordados por los españoles fueron los pijaos( nombrados así por los españoles porque pija para los españoles es el miembro viril masculino) y en ese caso los pijaos eran bien dotados, además una tribu de aguerridos guerreros, tanto así que los españoles se tuvieron que gastar casi un siglo para exterminar esta comunidad indígena.

los pijaos fueron unas de las ultimas tribus en ser derrotadas por los ibéricos en América Latina.

la meseta de Ibagué era habitada por los indígenas: Metaimas, Anaimas, Ibaguees y otras comunidades mas pequeñas, poblaciones que ofrecieron poca resistencia a los españoles e incluso algunos los alojaron en sus comunidades les dieron hospedaje, comida, bebida y dormida a los españoles.


El 14 de Octubre de 1550 el Capitan Español Andres Lopez de Galarza fundó una ciudad con el nombre de Villa de San Bonifacio de Ibagué, en una meseta rodeada por los rios en la vertiene oriental de la cordillera central, en donde actualemente se encuentra el municipio de CajaMarca, pero en razón al continuo asedio de la tribu de los Pijaos, se vio obligado a trasladarla al lugar que hoy ocupa.
En el año de 1722 se terminó el convento de los Dominicos, y en 1822 funcionó allí el colegio de San Simón, en donde hoy está edificado el Banco de la República que fuera fundado por el general Francisco de Paula Santander en 1822.

En 1733 don Jacinto de Buenaventura, en la esquina siguiente a la casa parroquial construyó las primeras casas con techo de teja y de barro, y en 1603 tres casas amplias con grandes solares y tapias donde en muchas veces se refugiaron los habitantes para defenderse de los Pijaos.

En 1750 se construyó la casa para el cabildo y la cárcel de dos plantas, con pisos entablados y allí funcionaba también la Alcaldía. Allí se edificó nuevamente lo que llamamos el Edificio Nacional donde funcionó el correo y las oficinas de la Contraloría Nacional, en donde se pagan impuestos nacionales y se entregan las declaraciones de renta. Allí fue donde se convocó el Congreso de las provincias unidas de la Nueva Granada presidido por Camilo Torres, denominado "el verbo de la revolución".

En el año de 1854 sirvió de despacho al presidente José de Obaldía y varios ministros.En el lugar donde hoy funciona el despacho parroquial de la Catedral, esquina de la Plaza de Bolívar era la casa de Arcos. Allí se alojó nuestro libertador Simón Bolívar.

En la calle 10, que era propiedad de la familia Torres Barreto y denominada la calle Real de la ciudad, nació el coronel José María Vega, héroe de la independencia.
Existieron en la ciudad dos hermitas, la de Santa Lucía situada en la calle Séptima con carrera Segunda, para cuyo sostenimiento los indios yacones y ambalaes cedieron gratuitamente sus terrenos, situados abajo de El Salado, cerca al Hato de Chucuní, que tenía una hermosa capilla privada donde celebraron sus bodas matrimoniales con gran solemnidad las familias de los Rengifo, los Varón y los Ramírez.
En la Plaza de Bolívar existió la construcción de un gran edificio, propiedad de la curia en donde se instaló el seminario San Joaquín y donde funcionó el colegio de la familia Maz, donde se educaron la mayoría de los niños de la época.

LA CONQUISTA DE IBAGUE


Ante todo, cabe recordar que Ibagué era el nombre de uno de los varios caciques que señoreaban en la meseta mencionada, y que los españoles capitaneados por Andrés López de Galarza se lo aplicaron a la población en que aquel ejercía su señorío y a sus alrededores. Ibagué y sus vasallos recibieron hospitalariamente a los españoles, valiéndose de lo cual estos terminaron quedándose en esa población y fundándola con título de ciudad el 14 de octubre de 1.550, pero posteriormente, como consecuencia del trato a que fueron sometidos, los indígenas hubieron de pasar a la lucha armada.

A diferencia de los Ranches, que eran flecheros, y al igual que los Pijaos, los indios de Ibagué se caracterizaban por ser lanceros, pues peleaban principalmente con lanzas de guadua de hasta tres metros de largo, a cuyas puntas ponían fuertemente insertados y amarrados, filosos punzones de hueso o de chontaduro. Precisamente porque al llegar los españoles a "la cabeza de un valle", más allá de los Panches, "se encontraron con un escuadrón de indios bien dispuestos y briosos que les salían a resistir el paso, no con flechas como los de hasta allí, sino con valientes lanzas", los soldados "tomaron ocasión" de llamarle "El Valle de las Lanzas". De donde la ciudad que allí cerca fundaron, se llamó Ibagué del Valle de las Lanzas, según dice fray Pedro Simón en sus Noticias Historiales (2,6: XXXVII).

Dos hechos fundamentales se perpetuaron pues, en la memoria, con el nombre que el capitán Andrés López de Galarza le dio a nuestra ciudad capital: que la meseta donde fue fundada estaba habitada, entre otros, por los indios del cacique Ibagué, y que estos eran lanceros, al igual que los Pijaos. Y la razón que se adujo para dejarlos sometidos al dominio de los españoles fue la misma que en varias ocasiones se dio para autorizar o el exterminio o la esclavización de los Pijaos: que eran caníbales y que estorbaban el comercio y la comunicación entre las ciudades de Santafé de Bogotá y Popayán, es decir, entre la Gobernación de Popayán y el Nuevo Reino de Granada, según señala fray Pedro de Aguado en su Recopilación Historial.

Pues este dice, en efecto, que "juntáronse y concertáronse los vecinos de las ciudades de Santafé y Tocaima e hicieron que sus procuradores, con otros del Distrito que con ellos juntaron, pidiesen a la Audiencia que nombrase persona y diese comisión para que entre los naturales dichos, poblase un pueblo y pacificase el camino real por donde con más comodidad se tratasen y comunicasen los pueblos del Nuevo Reino con los de la Gobernación", además de que "los reinos de la corona real se acrecentarían, y las rentas y quintos reales serían más, porque la tierra tenía (...) grandes insignias y muestra de oro y plata (...)".

Los reales oidores, que fueron los primeros que ostentaron ese cargo en Santafé y por esto eran llamados "los padres de la patria", y que lo eran los licenciados Juan López de Galarza y Beltrán de Góngora, oyeron la petición y procedieron a librar autorización para ese efecto, a favor de un hermano del primero de aquellos (el capitán Andrés López de Galarza), dándole incluso "poder para que pudiera encomendar los indios de las provincias dichas en las personas y soldados que con él fuesen y se hallasen en la poblazón y pacificación del pueblo o pueblos que poblase"

Salidos a su conquista, según sigue narrando Aguado, a comienzos del mes de junio de 1.550 llegaron los españoles comandados por López de Galarza un valle que en idioma vernáculo era llamado de Combayma y que los peninsulares ya llamaban El Valle de las Lanzas. Allí fueron recibidos "de paz" por los moradores, quienes "se hicieron amigos con los españoles y Proveyéronles comida con que se sustentaron el tiempo que allí estuvieron".

López de Galarza, teniendo ya noticias de "cuan briosa y belicosa gente era la de aquel valle, y con cuanta obstinación peleaban y se defendían si una vez tomaban las armas", no permitió a sus soldados "entrar en las poblazones de los indios", y a pocos días "tomó la vía de cierta población llamada Metaima, que estaba apartada (...) tres leguas". Los moradores de Metaima, "luego (que) tuvieron noticia y aviso por sus espías y centinelas de la vía y camino que los españoles llevaban, pretendiendo estorbársela, se juntaron y se congregaron, todos los más que pudieron, en la montaña de casi dos leguas que los españoles habían de pasar, derribaron todos los árboles que junto al camino iban asidos, para con ellos embarazar y ocupar el camino de suerte que por él no pudiesen pasar los caballos".

Es obvio que ese ardid de poco les sirvió a los indios de Metaima: los españoles, que iban provistos de hachas y machetes, pronto abrieron nuevo camino, por donde pasó el ejército con sus caballos y sus carruajes. Entonces los indígenas, comandados por sus caciques Llobone y Otaque, cambiaron de táctica: recibieron hospitalariamente a Ios hispanos, saliendo para el efecto "con sus mujeres e hijos y con muchos indios cargados de comidas de maíz, turmas, ñames y raíces, de apios, guayabas, curas y otras frutas de la tierra", y los aposentaron en sus bohíos o caneyes, y a la primera petición que les hicieron de guías o vaquianos para pasar adelante, se los dieron sin pensarlo dos veces: "Le respondieron a Galarza -dice Aguado- que no sólo le darían guías, pero si fuese menester indios para llevar las cargas adelante también lo harían, y si querían que al momento se lo traerían todo: tanto era el deseo de echarlos de su tierra y poblazones".

López de Galarza, sin embargo, demoró tres días en Metaima, "después de los cuales tomó guías y lo necesario, y fue con su gente la vía de Ibagué, pueblo de indios enemigo y contrario de los de Metaima, aunque de una misma nación y lengua". En este trayecto, apenas "salidos de Metaima", fue cuando "dieron (los españoles) en el río de Tolima, el cual tiene este nombre de los propios naturales de aquella tierra, que en su lengua llaman a la nieve Tolima, porque este río baja del cerro nevado de Cartago, donde tenía su principio y nacimiento, y las aguas de él eran derretidas de la propia nieve, y los españoles lo llamaron río de Tolima".

Señalemos de paso que esta referencia de Aguado al nombre Tolima es, en orden cronológico, la segunda que hasta ahora se ha encontrado de ese nombre, después de la que se hace en el Acta de límites entre Ibagué y Tocaima, del 26 de agosto de 1.551. Pero dejemos digresiones y volvamos a nuestro objeto: los españoles hallaron "muy crecido" el "río de Tolima" y "de dificultoso pasaje, a causa de ser grande su velocidad y corriente, y no tener ni hallarse en él ninguna tabla ni vado por donde pudiesen pasar sin temor de perder algunas piezas del servicio". Pues ocurre que "los naturales de Ibagué, que cerca de él estaban poblados, aunque para pasarlo tenían y usaban puentes, en sintiendo que los españoles se les acercaban, las deshicieron y quebraron todas, queriendo con esto excusar el pasaje de los nuestros".

Tampoco valió esta treta a los indígenas de Ibagué para detener el avance de los españoles. Pues estos, sin detenerse un momento, metieron sus caballos en la corriente, "y haciendo de ellos puente pasaron toda la gente y chusma que tenían que pasar y su fardaje", y al siguiente día ya estaban al pie de la meseta en la cual ejercía su dominio el cacique La Embiteme, que los esperó con numerosos indios, armados con lanzas y piedras, en la parte superior de la única cuesta que daba acceso a su poblado. Los españoles se acercaron hasta ponerse a tiro de piedra, donde, en vez de seguir adelante, se detuvieron y se dedicaron a hacerse, a gritos, amonestaciones mutuas, pretextando, los indios, que estaban en su patria, y los hispanos, que no venían a hacerles daño alguno sino a enseñarles que sólo existe un Dios y que este es Uno y Trino, y que lo representaba el Papa, y a explicarles la ley evangélica y que ellos debían obedecer al Rey de España, y etc. y etc, y entre tanto se vino la noche y La Embiteme y sus indios desistieron de oponerse al avance de los españoles y les permitieron subir y aposentarse en sus propias casas, seguramente convencidos de que serían aves de mero paso, como lo habían sido respecto de los indios de Metaima.

No fue así, empero. Como allí, al poblado de La Embiteme venían indios no sólo a traerles comidas a los españoles, sino además chagualas de oro que, trocaban por panes de sal o por gallinas o por cuentas de vidrio, y la fama de esos trueques fabulosos se extendió de tal modo que vinieron hasta los caciques y señores de los valles de Matagaima, de Anaima y de Villacaima, López de Galarza se demoró más de ocho días, hasta cuando se produjo el asalto de los indios de Anaime o Anaima contra la patrulla que comandaba López de Salcedo.

Este hecho ocurrió así, según se concluye también de fray Pedro de Aguado: habiendo mandado López de Galarza al de Salcedo, con varios soldados, a explorar las tierras de Anaima, a ver "la poblazón y gente que era" y "a descubrir camino para que el resto de los soldados y carruajes pudiesen pasar adelante", se juntaron gran número de indios de aquel valle, "y cercando y tornando en medio a Salcedo y a los españoles que con él estaban, les pusieron en grande aprieto y riesgo de matarlos a todos," habida cuenta de que los españoles no contaban en ese momento con caballos ni perros, sino con meros arcabuces y espadas...

Para fortuna de López de Salcedo, algunos indios enemigos de los de Anaima fueron a avisarle al capitán López de Galarza, que inmediatamente "envió mas copia de gente y soldados, que juntándose con los cercados y acrecentándose a todos con el número, el ánimo, sacudieron y echaron de sobre sí honrosamente la gente de la tierra (...)".
Vueltos Salcedo y los demás españoles adonde el capitán López de Galarza, este partió al otro día, con toda la compañía, hacia Anaima. Cuatro mil indios de guerra, armados a su usanza, los esperaron en el mismo sitio en que habían tenido cercado a Salcedo. Además lo fortalecieron con gran número de anchos hoyos que en él hicieron, de más de tres metros de hondo cada uno, y con estacones de palo de palma clavados en el fondo, con las puntas hacia arriba, y por encima cubiertos con varas delgadas, palma y tierra, todo ello para que allí cayeran caballos y caballeros, y quedaran ensartados.

Esperaban los indios que los españoles los acometieran al unísono, mas he aquí que mientras López de Galarza les hacía los requerimientos del caso (aquellos que por mandato real debían hacerse antes de proceder a masacrar y apresar), el soldado Juan Ortiz de Zarate, queriendo señalarse, "procuró tomar la delantera de todos sus compañeros y puso las piernas a su caballo, y encarando a unos indios que lo estaban esperando, fue tan veloz e inconsiderado en su arremetida y con ella desatinó de tal suerte a los indios, que ellos y él y su caballo, todos cayeron dentro del hoyo y celada".

El daño no fue igual para todos: como los indios cayeron primero, "con sus cuerpos ocuparon las estacas que en el hoyo había, metiéndoselas por las carnes, y así Juan Ortiz y su caballo no recibieron ninguna lesión, y fueron sacados del hoyo sanos y salvos", y la celada quedó al descubierto, y los indios de Anaima se reservaron para mejor ocasión.

Pero esta jamás se presentó: por más de veinte días "se corrió toda la poblazón y tierra de este valle de Anaima, sin que los indios osasen venir a las manos, ni en ninguna parte de él tuviesen pelea ni batalla trabada los unos con los otros, más de ponerse por los altos y arcabucos a dar gritos; y cuando la comodidad de la tierra les ofrecía la ocasión, desde algunos altos, junto a la montaña, echaban a rodar contra los nuestros grandísimas piedras"...
Visto por las demás parcialidades indígenas el mal suceso de los Anaimas, que eran al parecer los más belicosos del valle de Ibagué, optaron por darse de paz. Entre ellas vino la del cacique Bombo, que informó a los españoles; sobre la presencia de otros hombres blancos al otro lado de la cordillera, por lo cual el capitán López de Galarza resolvió no seguir adelante y regresar la provincia de Ibagué", donde "se alojó con sus compañeros (...) en el mejor sitio y lugar que les pareció que había en él (...) y asentó y fijó en él el pueblo y ciudad de Ibagué (...)", según dice fray Pedro de Aguado.

De paso señalemos que la palabra lugar hay que entenderla aquí con el cervantino sentido antiguo de población mayor que aldea pero menor que ciudad; que, pues, fue una población de los indios del cacique Ibagué la que el capitán Andrés López de Galarza bautizó con el apelativo de ciudad el 14 de octubre de 1.550, conforme lo dice claramente fray Pedro Simón: "(...) donde estaba un razonable pueblo con su cacique que se llamaba Ibagué ( )"
Pero dejemos también esta digresión y volvamos a nuestro objeto. De la ciudad de Ibagué, a poco de la fundación, pasó López de Galarza a la provincia de Toche, de donde envió a dos soldados llamados Ricardo y Hoyos, a una sierra cercana "para que de allí viesen y mirasen lo que había delante". Los soldados quisieron aprovechar la ocasión "para ranchar algún oro", lo que es decir saquearlo de los ranchos de los indios, y "se metieron entre unas poblazones de los indios" para ese efecto, pero estos los sintieron, "y antes que su codicia y desordenado deseo tuviese efecto, fueron de los indios muertos miserablemente y desollados los rostros (...) para traerlos por máscaras en sus bailes y borracheras".

Como pasara mucho tiempo sin que Hoyos y Ricardo regresaran, López de Galarza envió a un caudillo con otros soldados. Llegados estos, en la búsqueda, a las "poblazones" de los indios teches, éstos "les salieron a recibir con las armas (...), queriendo hacer en ellos lo que habían hecho en sus compañeros". Repelidos fácilmente los naturales gracias al poderío de los perros y los caballos y las armas, en la persecución fueron a dar a una plazoleta, donde los españoles hallaron los cuerpos de los dos soldados, "con innumerable cantidad de flechas que les habían tirado, teniéndolos puestos como blanco de terreno". Tomaron los dos cuerpos muertos, los llevaron y los enterraron en una montañuela, y seguidamente se fueron a dar noticia de todo lo dicho al capitán López de Galarza, "el cual, sabida la nueva, y daño que los indios habían hecho, determinó de volverse con su gente a la ciudad de Ibagué" a pertrecharse de más munición y a traer más soldados para volver a la provincia de Toche "a nacer castigos en sus moradores del atrevimiento y daño que habían hecho". Y ya provisto y de vuelta a Toche "fue recibido con las armas en las manos", después de los requerimientos obligatorios, "arremetió a ellos por la parte e más fortalecida de gente tenían, donde con los caballos los desbarataron, por ser tierra en la cual podían aprovechar de ellos", y mataron e hirieron a tantos, que de más de quinientos que eran los indios que fueron a ese combate no volvieron a sus casas más de cincuenta.

El siguiente hecho de guerra de los naturales de Ibagué contra Ios conquistadores españoles, a que se refiere fray Pedro de Aguado, es el que tuvo ocurrencia entre los días finales de 1.550 y los iniciales de 1.551, y que determinó el traslado de la ciudad de su antiguo sitio (donde hoy es Cajamarca) a su ubicación actual. Ni Aguado ni Simón dan los nombres de los líderes indígenas de esa gesta, pero una larga tradición que se hace partir del cronista Antonio de Herrera y Tordesillas, afirma que los principales de aquellos fueron los caciques Titamo y Quicuima.

Dice fray Pedro de Aguado que después de haber sido repartidos los indios de Ibagué y sus comarcas por parte del capitán López de Galarza (hecho que tuvo ocurrencia poco después de la campaña de Toche), "como los soldados se quisiesen servir de ellos (de los indios), y para esto muchas veces los llamasen y trajesen a hacer casas y labranzas, y no contentos con esto les pidiesen oro y aun hijos e hijas para su servicio", y para obligarlos "algunas veces era necesario poner los amos las manos en ellos, dándoles algunos palos y azotes", los indios se agraviaron y trataron entre sí, "diciendo que era mejor morir que pasar y sufrir tales afrentas y trabajos", y "se trató y comunicó entre ellos que se juntasen todas las provincias de la comarca y juntas y congregadas diesen un día en el pueblo de los españoles y matasen e hiriesen a todos los que pudiesen, y se libertasen de tanta servidumbre y trabajos".

Así lo hicieron: más de ocho mil guerreros indígenas, reunidos en asamblea decidieron asaltar a sus enemigos españoles fortificados en Ibagué, y luego de celebrar su decisión y de darse, todos ellos, mayor coraje, con generosas libaciones de chicha, dieron sobre la ciudad de Ibagué.

Los españoles estaban prevenidos, pues no faltaron indios amigos que les informaron. Empero, no bastaron ni la superioridad enorme de las armas, ni los caballos ni los perros, ni el coraje indudable de los hispanos, para librarse del asalto. Pero tampoco bastaron la inmensa superioridad numérica de los guerreros indígena, ni su valentía, para dar al traste con las defensas materiales y con los defensores de la ciudad, y fue así como el asalto se convirtió en asedio: "(...) por espacio de cuarenta días los tuvieron cercados sin dejar salir por comida ni al servicio por agua para su sustento, dándoles cada día crueles guazábaras y guerras".

Al paso de los días, más indios se sumaban a los sitiadores, y viendo López de Galarza que "no tenían remedio ni podían escapar de las manos de sus crueles enemigos", decidió enviar dos indios amigos, en tiempos diferentes, "cada uno por sí, a la aventura", con cartas a la Audiencia Real de Santafé, a dar noticias de aquellos hechos y a pedir auxilio. Y no contento con esto, temeroso del desfallecimiento de su gente por la gran falta de comida, y de que al demorarse el socorro pedido ya pronto llegaría el momento en que ninguno de los suyos tendría fuerzas para pelar, "acordó que todos juntos salieran con buen orden a los enemigos (...), ofreciéndose a morir o a haber la victoria".

Los más de los indios sitiadores estaban en ese momento, expectantes, sobre una cuchilla. Hacia allá se fueron los españoles, a subirla por su camino, pero aquellos arrojaron tantas piedras que López de Galarza y su gente debieron "dar vuelta por una ladera de la cuchilla e irla ganando poco a poco con algunos arcabuceros que delante llevaban". Y era tan grande la muchedumbre de indios que en la cuchilla estaban, que al ver que los españoles iban subiendo, desconcertados, unos por impedir la subida de aquellos y otros por huir, "vinieron en tanta confusión y ceguedad que unos a otros se arrojaban la cuchilla abajo, adonde eran recibidos de los nuestros con las puntas de las espadas", pero algunos que lograron escapar se fueron al poblado y pegaron fuego a las casas.

Eso fue el primer incendio de Ibagué, y los españoles que a esta ciudad regresaron después de echar a todos los indios de la cuchilla con enorme mortandad de estos, desesperados de la persistente necesidad de comida, y ya agotadas las municiones, y pensando que los dos indios enviados a pedir auxilio a la Audiencia Real de Santafé habían caído en poder de sus enemigos y que, por lo tanto, no tendrían socorro alguno, luego de descansar un poco, se dedicaron a "dar orden cómo irse y dejar el pueblo".

Empero, al día siguiente, por la mañana, llegaron los capitanes Hernando de Salinas y Domingo Lozano con el socorro implorado, "y juntándose todos pacificaron y allanaron todas estas provincias y las dejaron muy de paz y en servidumbre, aunque después de cinco o seis años se tornaron a rebelar en una rebelión que hubo general de ellos".

Esta ultima rebelión a que hace referencia fray Pedro de Aguado fue la que iniciaron, en el año de 1.556, los indios Panches, y que se extendió rápidamente por gran parte de la región central del Nuevo Reino de Granada. Sus causas objetivas fueron las de todas las rebeliones indígenas de entonces, que además de los servicios ordinarios que tenían que prestarles los indios en encomienda, a sus amos españoles (como era labrar, cavar, sembrar, recolectar, sustentarlos y hacerles las casas), y de tributarles oro y mantas y otras especies, y darles sus hijos y sus hijas para que les sirviesen no sólo en sus casas sino en sus minas sacando oro, etc, etc, tenían que soportar torturas y maltratos y otros vejámenes sin cuento. Aguado enumera casi todos estos motivos, pero sibilinamente, a párrafo seguido (L.8°, Cap. 14) pone el acento en el motivo o causa astral: "parece -dice- que por influencias de algún astro o estrella de pésima constelación, vinieron a un mismo tiempo a conspirar todos, comenzando desde la provincia de Tocaima y aun desde los confines de Bogotá, donde llega y participa esta gente Ranche".

La rebelión se extendió pronto a los indios Palenques, y a los de Ibagué y Cartago, y a Mariquita y sus comarcas y ciudades circunvecinas. En Ibagué, dice la tradición histórica a que arriba hicimos referencia, también fue dirigida por el cacique Titamo, quien de nuevo dio muestras de enorme audacia y don de mando.

La represión española fue inmisericorde. Miles de indígenas, que con sus mujeres y sus hijos y ancianos se refugiaron en una isla de la provincia de Mariquita, fueron quemados vivos en sus bohíos o asesinados cuando pretendían rendirse, por orden del capitán improvisado por los vecinos, encomenderos y autoridades locales, un individuo del cual sólo se sabe que se llamaba Alonso y que era criado de un vecino de Mariquita.

Para el castigo de Ibagué, Tocaima y Mariquita -agrega Fray Pedro de Aguado-fue designado por la Real Audiencia el capitán Asensio de Salinas, que enseguida se fue con su tropa y "pacificó" las dos primeras de las ciudades mencionadas con sus provincias. Y es de imaginar los excesos y crueldades y masacres, con que actuaría para dar cumplimiento a su objetivo, si se tiene en cuenta el modo nuevamente sibilino con que lo insinúa fray Aguado: pues dice que después de pacificar Ibagué y Tocaima, Salinas "se vino con su gente y soldados que a su cargo tenía a las provincias de Mariquita, y según dicen algunos, a ruego de los propios vecinos; pero desque junto a su pueblo los vieron, con la turba de soldados que consigo traía, temiendo los de Mariquita la ruina y asolación de sus naturales, le enviaron a requerir que se saliese de su tierra con la gente que traía. Salinas, lo más cuerdamente que pudo, sin dar ocasión de escándalo y tumulto, porque algunos de sus soldados lo deseaban, se fue a la provincia de Gualí, donde anduvo algunos días pacificando aquellos naturales (...)".

Y cerremos este triste pero verídico relato recordando la conclusión del mismo, según fray Aguado: "Estas dos rebeliones fueron causa de que de ocho mil indios que había en estas provincias de Ibagué, quedasen tan pocos que aunque después se han hallado minas de oro y plata en la tierra, no han tenido los vecinos de Ibagué gente con qué labrarlas"...
Así es siempre la historia, ya que siempre la escriben los vencedores: la culpa fue de los muertos, no de quienes los explotaron y los masacraron...
Pero dejemos de lado impertinentes y extemporáneos sentimentalismos y recalquemos que los hechos resumidos ponen de relieve que los indígenas de Ibagué, al contrario de lo que comúnmente se dice y se cree, no sucumbieron a las primeras embestidas de los españoles, sino que ofrecieron resistencia a veces fiera y heroica, como se ve particularmente en las dos rebeliones finales, ampliamente documentadas con cronistas intachables.

Cierto es que esa resistencia no fue tan prolongada como la que ofrecieron Pijaos, pero también es verdad que, contra estos, los españoles no desplegaron fuerzas poderosas sino hasta comienzos del siglo XVII, bajo el mando del Presidente Juan de Borja, en tanto que contra los naturales de Ibagué, conforme queda visto, hubo por lo menos dos arremetidas arrasadoras desde el comienzo, en 1.550 y 1.556. Ahora bien, si uno se pregunta el por qué de tan diverso tratamiento, la respuesta es fácil: por una parte, porque con la fundación de Tocaima e Ibagué quedó asegurado en gran medida un camino para las huestes y el comercio entre Santafé y en general el Nuevo Reino de Granada con Popayán, Cali y el Perú, que fue la justificación principal que se dio para dar los poderes que se dieron al capitán Andrés López de Galarza, y que más tarde se convirtió en disculpa para que se dieran los omnímodos de que vino investido el General Juan de Borja contra los Pijaos. Y, en segundo lugar, porque en las regiones agrestes donde principalmente habitaban los Pijaos (el sur del Tolima y el norte del Huila) no se tuvo entonces conocimiento de que existieran minas de oro y plata, al contrario de las riquísimas que por esas calendas se descubrieron en Ibagué y Mariquita.

Y en fin, hay que agregar que por la circunstancia de no haberse tenido en cuenta, por algunos historiadores, esos dos hechos fundamentales, generalmente han optado por decir que los indígenas de Ibagué eran ramas de la nación o etnia Pijao, como si aquellos necesitaran de la gloria de estos para ocupar un lugar en nuestros anales. ¡No! La gesta de los indios nativos de Ibagué brilla por sí sola, así hubieran sido exterminados primero que los Pijaos, por las razones dichas. Y si bien unos y otros tuvieron, aunque en distintos tiempos y modos, el mismo final ya dicho (el exterminio), los genes de todos ellos supervivieron, como se ha puesto de relieve por investigaciones recientes, a través de sus mujeres.

LOS PIJAOS UNA RAZA DE AGUERRIDOS GUERREROS


Los PIJAOS habitaron en la meseta de Ibagúe, preferían vivir en las zonas de páramo, aunque se descubrieron redes de caminos en los sectores del actual barrio Boquerón, Dantas, Coello y el propio cañón del Combeima se ha podido comprobar que los PIJAOS preferían vivir aislados en pequeños clanes familiares , clanes que eran dominados por un cacique.

El cacique generalmente era el mejor guerrero del clan.

curiosamente los Pijaos combatían con los clanes de su misma raza y como eran antropofagos se comían la carne de los indios que vencían en combate, reiteramos en la mayoría de los casos se comían a sus mismos hermanos de raza.

En algunos relatos de misioneros españoles se afirma que cuando en los clanes ya quedaban exterminados los hombres o guerreros y no se podía combatir entre ellos , procedían a comerse a los niños de cada clan.

las batallas entre los hombres de cada clan eran programadas, buscaban una llanura , allí se encontraban con sus respectivas familias, los hombres lucían sus trajes de batalla, rostros pintados , escudo y lanza y en algunos casos habían guerreros que llevaban mascaras elaboradas con los cráneos o la piel del guerrero que habían vencido recientemente, en la batalla solo se enfrentaban los hombres , mientras sus familias, esposas y niños observaban la feroz batalla y cuando uno de los guerreros vencía a su oponente las otra familia debía unirse a este nuevo clan o admitir la unión de el clan vencido.

luego en una ceremonia procedían a comerse el cadáver del guerrero vencido en combate.

la bebida sagrada era la chicha de maíz, que generalmente era elaborada por la doncella mas hermosa y que además debía ser virgen, casta, pura.

vivan en bohíos, viviendas hechas de adobe ( barro), de forma cilíndrica y un techo de forma cónica, elaborada en palma.

elavoraban basijas de barro o arcilla e incluso a sus caciques los enterrraban en ollas de barro con todas sus jollas y prendas mas lujosas.

cultivaban el maíz, la arracacha , los tuberculos y los frijoles.

sus escudos eran elaborados con pieles de animales y sus lanzas eran elaboradas con bambu y guadua.